Deja que todo acabe

Dejo que todo acabe, que se rompa mi corazón con cada final. No lo defiendo hecho trizas, permito que el caballo de la marea lo aplaste con sus pezuñas al galope de viento contra cada roca feraz. Muere hoy mi pecho de pecera rota que rompe aguas. Muero. Morir, muero sin destruir nada, sólo llevándome al final que ya se produjo al amar un día sin que nadie lo supiera. Sin que pudiera ser. Tanto intenté amar:  más que nadie por no saber.

Dejo que se rompa mi corazón. Hecho trizas no toco nada, sin siquiera un vaho de mi boca que oculte un grito o un sollozo o un lamento inacabable. Dejo que todo acabe sin llegar a ninguna conclusión, sin ningún esfuerzo en que nada comience después de mi. Dejarme morir con entrega, como el que se sostiene a flote en la corriente de un río salvaje. Muere del todo lo que resisto para que no acabe en una catarata: Tenía que saberlo por mi mismo, sin sacrificios, sin ningún conocimiento aprendido, sin ninguna emoción prestada. No quiero dejar que nadie me lo diga.

No quiero que nada empiece si mi corazón no se ha esparcido por cada porción de la tierra. Dejando que se rompa mi corazón en todos lados, dejando que todo me atraviese, con la vulnerabilidad de un niño sin madre, que es un llanto que todo alcanza y revive.

Dejar que mi corazón se rompa y abrace con cada trozo otro trozo de alguien que también se rompió como yo. Olvidarse de cualquier idea de unidad.  Dejar que mi corazón lo toque todo hecho añicos, que acaricie todos los trozos. Y al tomarlos de nuevo quizá sea más amplio, más extenso, quizá abarque lo que antes no podía tomar. Pero siempre habré crecido como se crece en la muerte de verdad, que nada aniquila. Que resucita.